viernes, 30 de abril de 2010

Un café y algo más


Alguien dio vuelta el reloj de arena y los engranajes aceitados, de la máquina del destino, empezaron a girar. Él llegó media hora antes al bar en el que la había citado. Ni bien se hubo sentado, sacó una lapicera de bolsillo y se puso a escribir en una servilleta. Llamó al mozo y le pidió un whiskey con hielo. Nunca está de más un poco de coraje líquido.


Ella llegó quince minutos más tarde de la hora acordada. Dio una ojeada general y vio a su amigo sentado de espaldas a la entrada de la confitería. Cuando se acercó, se saludaron cálidamente, aunque ella demostraba mayor entusiasmo que él. En seguida vino el mozo a tomar la orden, pidieron: una lágrima, un café doble y un tostado de jamón y queso, el cual estaban dispuestos a compartir.


Luego de unos minutos, de silencios y miradas perdidas, llegó el pedido. Hablaron durante largo rato sobre su día, la semana en general y algunos planes futuros. Pero ella quería hablarle de algo más, de su actual novio. En cuanto terminó de pronunciar el nombre de su cónyuge, su interlocutor se llevó el dedo índice a la boca, pidiendo silencio. Sin decir nada, extendió su mano hasta la cara de la mujer y quitó un mechón de pelo que tapaba su hermosura, ambos sonrieron. Pero los ojos del hombre no mostraban felicidad. Bendito sea aquel que hable el lenguaje de las miradas. Después, sacó la billetera y dejó algo de dinero en la mesa. Antes de levantarse, le arrimó una pequeña caja de madera y la servilleta, en la que había escrito un mensaje. Seguía sin hablar y así se fue hacia la puerta. Con un pie adentro del café y otro en la calle, quiso darse vuelta, aunque mayor era la tentación de llevarse la mano, con la que le había despejado el rostro, al pecho. No hizo ninguna de las dos cosas. Antes de mezclarse con el gentío dijo: “hasta nunca amor mío”.


Mientras tanto, la mujer estaba atónita, mirando y tratando de comprender la partida de su amigo. Sin saber bien qué hacer, tomó la servilleta y leyó el mensaje:


“Grande era el anhelo por encontrar la joya de la corona. Lamentablemente otro te encontró antes que yo. Traté, pero no pude evitar enamorarme de vos. Sin saberlo, me causaste mucho daño y hoy me toca darme por vencido en ésta guerra que no puedo ganar. La culpa es mía, por haberme quedado tantos años a tu lado. Tengo que confesarte que pedí que me transfirieran a la sucursal de España, me voy hoy mismo.


P.D.: Podrá parecerte infantil, pero en la cajita de madera están mis tesoros más preciados, recuerdos de momentos que viví junto a vos.”


Ahora comprendía, ya no había dudas. Comenzó a llorar de una de las peores formas, porque hay varias maneras de llorar. La peor es cuando las lágrimas desbordan los cuencos de los ojos y su caída es puro accionar de la gravedad. Abrió la cajita de madera y adentro había: boletos de colectivo, entradas de cine, pasajes de subte, chapitas de cerveza y una mariposa. Su llanto se intensificó. Salió corriendo a la calle, a buscarlo, a decirle que se quedara, a decirle tantas cosas. Pero no le dijo nada, porque él se había ido para siempre.


Que extraña es la raza humana, nos jactamos de ser los únicos capaces de razonar, de poder proyectar el futuro y hacer estimaciones. Pero, sin embargo, se nos escapa lo más básico, lo que es invisible a los ojos, pero no al corazón, como le dijo el zorro al Principito. Alguien que me responda ¿por qué somos tan estúpidos?

4 comentarios: