viernes, 30 de abril de 2010

Un café y algo más


Alguien dio vuelta el reloj de arena y los engranajes aceitados, de la máquina del destino, empezaron a girar. Él llegó media hora antes al bar en el que la había citado. Ni bien se hubo sentado, sacó una lapicera de bolsillo y se puso a escribir en una servilleta. Llamó al mozo y le pidió un whiskey con hielo. Nunca está de más un poco de coraje líquido.


Ella llegó quince minutos más tarde de la hora acordada. Dio una ojeada general y vio a su amigo sentado de espaldas a la entrada de la confitería. Cuando se acercó, se saludaron cálidamente, aunque ella demostraba mayor entusiasmo que él. En seguida vino el mozo a tomar la orden, pidieron: una lágrima, un café doble y un tostado de jamón y queso, el cual estaban dispuestos a compartir.


Luego de unos minutos, de silencios y miradas perdidas, llegó el pedido. Hablaron durante largo rato sobre su día, la semana en general y algunos planes futuros. Pero ella quería hablarle de algo más, de su actual novio. En cuanto terminó de pronunciar el nombre de su cónyuge, su interlocutor se llevó el dedo índice a la boca, pidiendo silencio. Sin decir nada, extendió su mano hasta la cara de la mujer y quitó un mechón de pelo que tapaba su hermosura, ambos sonrieron. Pero los ojos del hombre no mostraban felicidad. Bendito sea aquel que hable el lenguaje de las miradas. Después, sacó la billetera y dejó algo de dinero en la mesa. Antes de levantarse, le arrimó una pequeña caja de madera y la servilleta, en la que había escrito un mensaje. Seguía sin hablar y así se fue hacia la puerta. Con un pie adentro del café y otro en la calle, quiso darse vuelta, aunque mayor era la tentación de llevarse la mano, con la que le había despejado el rostro, al pecho. No hizo ninguna de las dos cosas. Antes de mezclarse con el gentío dijo: “hasta nunca amor mío”.


Mientras tanto, la mujer estaba atónita, mirando y tratando de comprender la partida de su amigo. Sin saber bien qué hacer, tomó la servilleta y leyó el mensaje:


“Grande era el anhelo por encontrar la joya de la corona. Lamentablemente otro te encontró antes que yo. Traté, pero no pude evitar enamorarme de vos. Sin saberlo, me causaste mucho daño y hoy me toca darme por vencido en ésta guerra que no puedo ganar. La culpa es mía, por haberme quedado tantos años a tu lado. Tengo que confesarte que pedí que me transfirieran a la sucursal de España, me voy hoy mismo.


P.D.: Podrá parecerte infantil, pero en la cajita de madera están mis tesoros más preciados, recuerdos de momentos que viví junto a vos.”


Ahora comprendía, ya no había dudas. Comenzó a llorar de una de las peores formas, porque hay varias maneras de llorar. La peor es cuando las lágrimas desbordan los cuencos de los ojos y su caída es puro accionar de la gravedad. Abrió la cajita de madera y adentro había: boletos de colectivo, entradas de cine, pasajes de subte, chapitas de cerveza y una mariposa. Su llanto se intensificó. Salió corriendo a la calle, a buscarlo, a decirle que se quedara, a decirle tantas cosas. Pero no le dijo nada, porque él se había ido para siempre.


Que extraña es la raza humana, nos jactamos de ser los únicos capaces de razonar, de poder proyectar el futuro y hacer estimaciones. Pero, sin embargo, se nos escapa lo más básico, lo que es invisible a los ojos, pero no al corazón, como le dijo el zorro al Principito. Alguien que me responda ¿por qué somos tan estúpidos?

jueves, 29 de abril de 2010

Bajo los efectos del Dristan


Ella se agarraba la cabeza

Yo me agarraba el corazón

Cuando quise abrazarla

Todo fue una confusión.


Voy y vengo

Sin saber a dónde ir.

Igual me quedo acá

Esperando en un bar.


Todos llevamos nuestras cargas

Contame lo que quieras, que no hay problema.

Si una pena aparece

no hace falta más que tres balas.


Corramos juntos de la mano

Aprovechando que vamos para el mismo lado.

Sin hablar y sin pensar

Que el mañana ya dirá.


Siempre aplaudo antes de que termine

Cierro los ojos, aunque no me anime.

¿De qué trata la obra?, siempre me pregunto

Pero nadie me contesta, así me conformo.

miércoles, 28 de abril de 2010

Por llegar temprano


Día soleado, sin mucho más para hacer que matar las ansias de la espera. Había llegado temprano, para variar, así que me fui a hacer tiempo a una plaza. Me paré y di vueltas, buscando inspiración en algo, tenía ganas de escribir, pero no sabía sobre qué. Cambié de canción en el celular. Seguía buscando, hasta que las palabras empezaron a fluir.


Era un niño de no más de cinco años, estaba jugando cerca de una estatua, alrededor había algo de pasto. Su padre, parado cerca de su hijo, hacia las de guardián. El crío había reclamado ese lugar como suyo, era su mundo, su territorio virgen. Él era el rey y soberano del lugar. Jugaba, saltaba y reía en su fantasía de cristal. Tenía un triciclo, seguramente se imaginaba que era su fiel corcel, con el cual contorneaba el monumento. Descontaminaba su planeta lanzando fuera de sus dominios las imperfecciones del terreno. El papá festejaba cada acción de su hijo.


Fui espectador de éste evento por no más de cinco minutos, pero en mi mente se proyectaba a modo de película y, cómo en todo filme, la crisis se avecinaba. El padre miró la hora y le dijo al niño que era hora de partir, sin esperar su respuesta, el progenitor empezó a caminar. La desesperación y tristeza se hicieron presentes en el rostro del crío, se acercó hasta el borde de su patio de juegos y estiró las manos, pidiéndole su papá un cachito más. El niño no quería bajar o ¿no podía? ¿Cómo iba a abandonar su imperio? Las lágrimas empezaron a brotar, con cada paso que daba el padre, más solo se sentía. El padre ganó y el chico tuvo que auto-desterrarse. Con solo bajar el escalón y dar el primer paso, su fantasía de cristal estalló. Empezó a caminar hacia su padre, miró reiteradas veces la estatua, pero a medida que se alejaba la miraba cada vez menos. Finalmente, los dos juntos, se alejaron de la plaza.


Cuando la historia terminó, me sorprendí de lo ocurrido. Le saqué una foto al monumento y me fui contento sabiendo que algún día iba a escribir lo vivido. La espera había terminado y ya era hora de ir a verla. Pero antes de irme, miré por última vez hacia atrás y me pregunté: ¿yo era el padre o el hijo?

Pompas de jabón II


Una vez atrapado en la red, no habrá cuchillo capaz de cortar la soga. Es cuestión de esperar que te venga a abrir la puerta. Si te deja morir en la trampa, entonces, nunca valió la pena el riesgo.

martes, 27 de abril de 2010

¿El final? ¿El comienzo? No...la renovación


La tierra tiembla, los volcanes hacen erupción y los géiseres emanan su vapor. Todo esto ocurre dentro de mi, aunque ésta catástrofe no es sinónimo de perdición, sino que es la premonición y la sensación del cambio de paradigma. No engullas la vida, saboréala.

Las musas me hablan suavemente al oído, estoy aprendiendo a escucharlas. No soy más que un catalizador. Ellas dictan, yo escribo. En parte, escribo porque sé que hay muchos que les gusta leer mis cosas y, por otro lado, porque ésta es mi carta de presentación al mundo diciendo: “hola, acá estoy, estos son mis verdaderos colores”.

El cambio es intenso, bien marcado y a ritmo variable. Desde un nivel molecular hasta un nivel humano, estoy hablando, en esencia, de un cambio radical. Soy diferente que ayer y distinto que mañana.

Está bueno recorrer diagonales que no llevan a ningún lado, porque lo que importa es el camino y no solamente el destino. Yo voy y toco timbre. Si no está, ¿qué importa? Siempre tuve, y siempre tendré, las manos muy chicas y el corazón muy grande.

Corro cuando es temprano y camino cuando es tarde. Soy ese loco que ves cantando por la calle y que le vale madre si desafina.

Parado frente al acantilado ya no tengo vértigo. Ese pincha-globos está muerto y enterrado. ¿Pueden sentirlo? Es el viento del este. Abro mis alas y me preparo para volar. Suban a bordo, están todos invitados.

lunes, 26 de abril de 2010

Mi karma, mi condena

Hace algún tiempo atrás, me rodeaba con gente de no tan puras intenciones. Era joven, inexperto y maleable. Ya lo dice el dicho: dime con quién andas y te diré quién eres. Éstas falsas amistades me llevaron a conocer a alguien muy particular.


Con el correr de los meses empezó mi juego. La prestidigitación, la mentira y la manipulación eran mis armas. La jugué de amigo, con una mano le regalaba flores y con la otra afilaba la daga.


Un día, caminando con ella por el barrio de Caballito, la tomé de las manos y mirándola a la cara le mentí. Le dije que la quería, que ella era mi raison d'être. Fueron todos trucos, como el cazador que camina a sotavento para no alarmar a la presa. Le llené el corazón de falsos juramentos y promesas vacías, con la misma facilidad con la que se apaga la llama de una vela, rompí su corazón en miles de pedazos. Cuando ella me entregó su amor yo lo atravesé con el filo de mis palabras. Fui cruel y no tuve piedad. No tomé prisioneros. No hay redención para la gente como yo. Hoy me toca pagar con lágrimas lo que ayer festejé a carcajadas.


Anoche, esa mujer me visitó en mis sueños. Yo estaba arrodillado. Ella se acercó a mi y, tomándome por los hombros, besó mi frente –Estás perdonado- dijo –hay alguien que quiere hablar con vos- Se movió fuera del cuadro, para dar lugar a un hombre muy alto, de barba oscura y sombrero negro. El siniestro hombre me miraba fijo, mientras tanto buscaba algo en su túnica. Sacó un pergamino, lo abrió y se aclaró la voz. Observándome fijamente exclamó –El día que pierdas la espontaneidad dejarás de existir. El día que ya no puedas amar, morirás. No planifiques, no especules, vive libre y felíz. Corre si quieres correr, camina si quieres caminar, pero hazlo. No te sientas atado por tus pensamientos, rompe de una vez las cadenas- Dicho esto, todo se esfumó.


Un ruido me despertó, era la alarma del celular, son las siete menos cuarto. Hora de ir a la facultad. Sacudí la cabeza para despejarme de lo soñado y seguí con mi día. Sabiendo que mi corazón ya no es cuna de aquella maldad.

domingo, 25 de abril de 2010

Génesis de la locura



Golpeó insistentemente la puerta y nadie contestó. Esperó solo un momento antes de cruzar la entrada. Era una habitación completamente blanca, la cual contaba con una mesa rectangular y una silla de color negro. Se acercó a la mesa, corrió la silla y se sentó en ella.


Se perdió en el constante color blanco de las paredes. Con mil y una ideas en la cabeza, pero no tenía nada con lo que escribir, así que sus ocurrencias se desvanecían como pequeñas burbujas. Seguía hipnotizado con la pared y finalmente dijo:


“Pensaba que era bueno,

Pensaba que era importante,

Pensaba, pero ya no pienso.

Sentía que era correcto,

Sentía que me conocía,

Sentía y ahora nada.

Creía en la sociedad,

Creía en un mundo mejor

Basta, ya no creo, no más.”


Se tiró hacia atrás en la silla y ésta rechinó. Sacó el atado de cigarrillos de su saco, le dio un suave golpe para acomodar el tabaco y lo volvió a guardar. Metió la mano en el bolsillo y se puso a buscar algo, sin saber exactamente qué. Buscaba su cordura. No estaba, la había perdido, no sabía bien cuando. Pero la cuestión, era que no estaba. Se levantó de la silla, se sacó los cordones de las zapatillas y los dejó colgados sobre el respaldo de su asiento. Cerca de la puerta, echó un último vistazo a la blanca habitación. Cruzó el umbral, y el Sol lo cegó, miro a su duende y le dijo – Vamos a casa – Ya no era el mismo, estaba loco.

sábado, 24 de abril de 2010

Enfermo, enfermo, enfermo...y lo sabés



Ayer, entre pucho y birra, me fui dando cuenta que a lo largo de mi vida vengo cometiendo un error sistemático. Es tiempo de cambiar el enfoque, de vivir el hoy sin pensar en el mañana. Darle la relevancia adecuada a las cosas, sin sobrevalorar ni menospreciar. Aprender a disfrutar tanto del ruido como del silencio, de la ida y la vuelta, esa es mi misión. En palabras de una banda que me gusta: “No preguntar por el morfi, sino en comer y disfrutar”.


Gracias, porque sin darte cuenta, me ayudaste un montón. Lamento, de corazón, haber tardado tanto en entender tu filosofía de vida. Me parece digna de admiración. Si sentías que me debías algo, ya está pago. Sé que hay más para decir, para escribir, pero no. Ahora no, con esto alcanza. De verdad, gracias amiga.

miércoles, 21 de abril de 2010

Bosque frondoso

Ante mi se erige una gran arboleda. De múltiples y vivos colores. Árboles vírgenes que supieron escapar de la mano del hombre, entre ellos puedo distinguir arrayanes y algún que otro ciprés. Estoy descalzo y puedo sentir el suave y húmedo suelo debajo de mí. Hundo los pies en la tierra, me gusta la sensación.

Me doy cuenta de que no sé como llegué a este lugar, solo aparecí acá. Algo me dice que corra, porque mi misión es atravesar el espeso bosque. Supongo que esto no es más que un sueño y me echo a correr. Aumento la velocidad, pero piso en falso y caigo de rodillas. Realmente me duele, esto no es producto de mi subconsciente.

Usando uno de los arrayanes como sostén me paro y limpio mis rodillas, todavía me arden. Me sueno el cuello y sigo corriendo. Cada vez más rápido, hasta que ya no logro sentir el suelo en cada paso. Salto primero un tronco y luego otro. A unos veinte metros veo un árbol caído, acelero el trote, pero mis cálculos fallan y cuando lo quiero saltar le doy con el pie en el borde. Pienso que esto me va a causar un gran dolor, pero eso no pasa. Utilizo las manos me las arreglo para caer rodando por el suelo y ahí me quedo un momento. Recupero el aliento y me paro, muy cerca de mí veo a un león enorme. Éste se me queda mirando y asiente con la cabeza, hace un gesto brusco con el morro indicándome que debo seguir.

Otra vez a la carga, empieza la marcha forzosa. El león corre a mi par. No siento miedo, la compañía no me viene mal. Por suerte el camino está más despejado, no hay obstáculos. Para sorpresa mía, puedo ver que el camino se acaba, no porque haya llegado a su fin, sino porque hay un gigantesco abismo. El rey de la selva, con gran agilidad, salta la enorme distancia. Yo me freno en seco, tengo las piernas acalambradas. Además, es imposible que salte esa longitud. El felino, que ahora está en la otra punta, observa mis movimientos, a la vez que olisquea el aire. Lo único que se me ocurre, ya que mi objetivo es llegar al final de este camino, es saltar al abismo. Igual primero voy a probar su profundidad. Agarro la primera piedra que veo y la dejo caer en el precipicio. Espero un momento. Pasan cinco minutos, más o menos, y todavía no escucho el sonido de la roca al tocar fondo.

Solamente veo dos opciones: saltar o volver sobre mis pasos y buscar otro camino. Nunca me gustó echarme hacia atrás. Así que, sin pensar mucho más al respecto, me dejo caer. La fuerza del viento no me deja tener los ojos abiertos. Sin el sentido de la vista sigo cayendo y en mi mente, empiezan a aparecer una gran variedad de imágenes. Veo a mi familia, mis amigos, mi perro, a ella. ¿Qué? Escucho sonidos –o me los imagino, no sé- Oigo con claridad la voz de mi madre, mi vecina gritando, mi tema favorito. La ligereza con la que desciendo disminuye, me hago cada vez más liviano, hasta no tener peso. Me convierto en una suerte de fantasma, en un ser etéreo.

De la nada, ahora convertido en esta cosa inmaterial, vuelvo al principio del bosque y me veo a mi mismo, justo antes de empezar el recorrido. Deduzco que esta jungla es algo así como la representación de la vida y que la manera de transitarla depende de nosotros. Lo que hagamos frente al abismo queda en cada uno ¿te animás a saltar?

martes, 20 de abril de 2010

Cristales Rotos


El corazón podrá soportar el filo de cualquier guillotina, más no el de su silencio. Y aun frente al umbral de la oscuridad, ella sabrá traerte luz. Porque lo único que hace falta es un abrazo y una sonrisa. Ya no habrá vergüenza alguna.

lunes, 19 de abril de 2010

Clorofílico amor


Sentado en un sillón, colocado estratégicamente en el centro de su sala de estar, se deleitó observándola a través del ventanal que daba al balcón. Era, sencillamente, hermosa y perfecta. Pocas cosas en la naturaleza eran comparables con su belleza. Este objeto, tan cautivador, era, ni más ni menos, que una planta. Que, como todo aquello que es amable, posee un nombre. Nombre que sólo algunos pocos conocen y siempre dicho entre susurros.


La botánica no era lo suyo, pero desde que se hizo con la semilla de esa planta, se había vuelto un erudito. Sabía todo lo necesario para su cuidado. Vivía por ella. La regaba religiosamente todos los días a la misma hora. Le maravillaba ver como las gotas de agua viajaban desde la regadera hasta golpear los pétalos de color verde esmeralda. Su fascinación alcanzaba el clímax cuando el líquido cristalino bañaba las sedosas hojas y luego descendía, como una serpentina a lo largo del tallo, hasta saciar la sedienta tierra.


Así fueron pasando los años, pero junto con ellos llegó la enfermedad y la vejez. El ahora anciano herbolario padecía de una terrible dolencia que pronto haría que su vida llegase a su fin. Recostado, agobiado y con alta temperatura, deliraba constantemente. Al costado de la cama, sobre una silla de roble, estaba su hermana menor. Un águila, que llevaba una flor de color azul en el pico, pasó volando por la ventana. Esto ayudó al moribundo guardián a recobrar algo de lucidez, que le fue necesaria para poder expresar su última voluntad. A duras penas se incorporó y le dijo a su hermana “Por favor, cuida de *****. Cuida de mi planta con amor.” Cuando terminó su petición, la vida se le escapó, como un animal en cautiverio al que le dejan la jaula abierta. La mujer, entre llantos, se despidió de su hermano.


Tres meses más tarde, el invierno daba paso a la primavera. La planta, ahora sin su antiguo cuidador, dio sus acostumbradas flores de color rojo. Pero además, dio una única flor de color dorado, la cuál creció en lo más alto del tallo. Ya hace ocho años de esto y todavía nadie puede explicar esa anomalía. Sin embargo, el dorado brote, continúa en la cima de la planta, como una diadema que exhibe orgullosa y a pesar de sufrir los azotes de los cambios de estaciones, nunca se marchita.

Pompas de jabón


No somos más que bardos, transitando de ciudad en ciudad, narrando aventuras a nuestro paso. Esperando que tal vez, entre la audiencia, esté aquella persona capaz de completar nuestra historia.

Verdad o consecuencia

No levantes tus murallas, no soy un invasor ni tu enemigo. Tal vez mi diplomacia falló, y lo único que quería era curar las heridas del pasado. Porque mi intención era protegerla de la tempestad para después disfrutar juntos del Sol. Ahora me quedo acá, esperando en la ribera por alguien que no va a venir.

Soy preso del minutero que no para. En el banquillo de los acusados, me pongo impaciente, pensando que cometí una falta irreparable. La intangibilidad e irrealidad de mis pensamientos no me dejan en paz. No sé perder, nunca aprendí. La confusión reina mis días y ya no sé si voy o si vengo.

Me parece innecesaria la justificación de mi accionar y la redundancia de mis palabras me obligan a quedarme callado. Estoy como el espectador que no sabe quién es el malo de la película.

Siento la necesidad de huir, a pesar de no ser un forajido. Porque el verdadero crimen hubiera sido no hablar y si ahora me toca pagar la pena capital, que así sea. Estoy listo, es hora de dejarse llevar.

viernes, 16 de abril de 2010

Un día común

Abrazame, o no lo hagas,

Plantame un beso, o no.

Pero decime que me querés,

porque me hace bien.


No hace falta que me llames,

Ni que me escribas mails.

Pero recordame,

Como lo hago yo.


No me manipules,

No aprietes mis botones.

Ni tires de mis cuerdas

No soy un títere.


Soy aquel chico de pelo largo

Que en la multitud se camufla.

Pero que te quiere como pocos,

Es solo algo para tener en cuenta.



jueves, 15 de abril de 2010

Presuntuosa oquedad

En la terraza de un edificio, de dieciséis pisos de altura, se encontraba el hombre más miserable del mundo. Estaba sentado en el piso, llorando a más no poder, pues esa misma noche se cumplía un año de la muerte de su esposa. El nunca había vuelto a ser el mismo. Ya no era aquel hombre jovial y lleno de pasión. Sus sueños habían fallecido junto con su amada. Sus esperanzas se marchitaron como aquel ramo de flores que le regaló a su mujer cuando le propuso matrimonio. Ya no recordaba lo que era el amor, lo único que conocía era el dolor y la soledad.


Miró al cielo y, con las lágrimas ya secas, gritó con voz ronca: “Te pedí que no me abandonaras, que no me lastimaras. Te pedí y no cumpliste. Te fuiste y no pudiste llevarme con vos. Ahora estoy solo y desdichado, pero tengo la solución, no sé porqué tardé tanto en encontrarla”. La Luna brilló con intensidad y una estrella se apagó.


Se acercó a la baranda de la terraza y se aferró con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Veía a los coches pasar y dijo algo que prácticamente no se pudo escuchar, pero que iba algo así:


“Después de tanto buscar, de tanto sufrir y caer, al fin había encontrado algo hermoso, algo que me llenó de felicidad. Esa era mi mujer, la que me fue arrebatada de mis brazos antes de haber tenido una vida plena, antes de cumplir todos nuestros sueños. No entiendo porque el destino se ensaña tanto conmigo. Ahora me toca a mi decir basta”


Dicho esto, se paró sobre el barandal y se limpió el rostro con la manga de su campera. Echó un último vistazo al firmamento, miró en particular a la Osa Mayor. Se llevó la mano al pecho y la cerró con vehemencia, como estrangulando su propio corazón. Luego, sin alargar el final, dio un salto al vacío y se hizo uno con la nada. La parca lo aceptó en su seno y se lo llevó al más allá.

miércoles, 14 de abril de 2010

Ya está, me voy al mazo

En mi se libra una constante batalla entre el pensar y el no pensar. Entre seguir o parar.

Miércoles lluvioso, horrible. No, no me gusta la lluvia. Cuando el clima es tormentoso, algo se arremolina en tu interior y uno reflexiona. La introspección minuciosa nunca es buena consejera. Siempre está ese demonio interno con plena intención de pincharte el globo, quemarte las cartas y cantar tu juego.

Quiero girar y girar. Girar para dejar de pensar. Doy una vuelta, otra vuelta y una más. Pero incluso mareado, mi cabeza sigue a mil.

Desafortunado en el juego, afortunado en el amor. Bahhhh, son puras sandeces. No tengo tanto, pero igual te canto falta envido. No aceptás y me decís truco. El cuatro de copas no es una buena carta. Quiero retruco.

martes, 13 de abril de 2010

La leyenda del Mogul de naranja

El Sol salió, como todos los días, en el horario habitual, bañando con sus tenues rayos la enorme ciudad. La metrópolis estaba despertando y de a poco iba cobrando color.

Sus despertadores sonaron a la misma hora y la campana de una iglesia anunciaba que eran las nueve de la mañana. Cada uno de ellos, en sus respectivas casas, realizaba lentamente sus rutinas matutinas. Ella preparaba las cosas para ir a la facultad y él tomaba un apresurado desayuno, a la vez que se ponía a punto para ir a trabajar. Ella, Julieta, estudia medicina y él, Manuel, vende ropa. Salieron de sus hogares con el tiempo justo para no llegar tarde a sus correspondientes destinos. Hasta ahora todo discurría de manera normal, pero ninguno se imaginaba lo que iba a pasar.

A dos cuadras del local de ropa, Manuel se dio cuenta de que su atado solo albergaba dos cigarrillos, seguro que con eso no bastaría para saciar la cuota diaria de nicotina, se vio forzado a ir al quiosco a comprar su dosis.
Mientras tanto, antes de entrar a la facultad, Julieta vio que había salido de su casa sin nada dulce en la cartera. Por lo tanto, también sintió la necesidad de ir al quiosco.

Y a pesar de que el destino trató de cruzarlos por primera vez en ese poli-rubro de turno, ninguno de los se percató de la existencia del otro.
Su día transcurrió de lo más normal, ella se aburría en la facultad y miraba el reloj cada cinco minutos, calculando cuánto más faltaba para irse. Él especulaba con el horario, viendo si era posible terminar la jornada laboral antes de tiempo. Pero ninguno de los dos pudo escapar de sus obligaciones. Ambos se vieron liberados a las tres de la tarde y decidieron, cada uno por su cuenta, emprender el regreso a sus casas. Ésta vez el medio de transporte elegido fue el subterráneo. Julieta llegó primero, porque su andar era mucho más ligero, en cambio, Manuel iba muy tranquilo, sin apuro aparente, disfrutando de un cigarrillo.

Cupido, enojado, no se iba dejar tontear otra vez. Por algún motivo, Julieta entró en el campo visual de Manuel, le pareció una chica linda, de humilde apariencia y recatada. Normalmente en la multitud no la hubiera notado, pero no había nadie más en el andén. Cuando el subte llegó, él sintió de manera imperiosa que era vital subirse al mismo vagón que ella. Una vez dentro del mismo vagón, el caballero la buscó incesantemente hasta encontrarla, le costó bastante, había demasiada gente, pero él sabía lo que estaba buscando. Cuando la pudo divisar, a lo lejos, en la otra punta, pensó en como acercarse y que decir, no se lo ocurría nada. Por lo que decidió improvisar, primero pidiendo permiso y luego dando suaves empujones llegó a su lado y dijo:

-Hola, soy Manuel-

-Hola, yo soy Julieta- Contestó casi sin mirarlo. Y mientras él seguía pensando en que decir, ella sacó de su cartera los Mogul que había comprado antes de entrar en la universidad.

-Veo que te gustan los Mogul – fue lo único que se lo ocurrió, a la vez que se rascaba la cabeza y agregó – Eran mis golosinas favoritas cuando era chico, pero el primero no será de naranja, ¿no?-

-No sé, ¿por qué preguntás? ¿Qué tiene si el primero es de naranja?- Replicó, ahora si lo miraba, ya que no le encontraba sentido a la pregunta.

-Es obvio, que si el primero es de naranja es porque estamos destinados a amarnos- Lo dijo con la misma soltura que alguien puede comentar el estado del clima.

Julieta, sorprendida por su conclusión, abrió los ojos de par en par y decidió seguirle el juego.
-Veamos de qué color es entonces- Lentamente abrió el paquete, como para darle suspenso a esa situación a la que no le encontraba razón de ser. –¡Qué lástima! Es rojo-

Manuel se echó a la defensiva y le dijo: -Igual yo decía el de la otra punta del paquete-

-Bueno, supongo que no tengo nada que perder, vamos ver de qué color es el del otro lado- con dos dedos, agarró el mogul y efectivamente era de color naranja. Julieta empezó a reír y se sonrojó sin saber bien porqué.

Ambos se quedaron callados, sin decir palabra alguna. En la próxima estación, Julieta bajó, pero ni bien hubo salido, se dio vuelta y mirando a Manuel le propuso acompañarla. Él, ni lento ni perezoso, bajó de un salto y se puso a su lado.
Caminaron por la calle, a paso tranquilo, sin tener un lugar en mente para ir. Manuel se prendió un cigarrillo y Julieta jugaba con la anaranjada golosina, pensando que tal vez en sus manos tenía una señal divina. Hablaban, como si no fueran dos completos extraños, casi parecía que fueran amigos de toda la vida.

La caminata los llevó a una plaza, se sentaron en un banco y se dispusieron a ver la caída del Sol. El ocaso los había llenado de ternura, y lo demostraron sellando el encuentro en un suave beso. Cuando el día parecía llegar a su fin, pasó lo impensable e inimaginable, él se transformó en un águila y ella una rosa de color violeta. Manuel, ahora convertido en ave de rapiña, tomó a su enamorada con su pico y, de manera delicada, remontó el vuelo. Voló hacia la puesta del sol, a esa línea que, como un amante eterno, el cielo trata de acariciar la tierra y nunca lo logra. Y así termina ésta historia. Sepan que Manuel siempre será su eterno guardián y Julieta siempre será su preciosa flor.

lunes, 12 de abril de 2010

Tiempos de corazón sano

Entrégate sin miedos y sin restricciones. No te asustes si cuando te miro, con ojos enamoradizos, te digo que te quiero. No te escapes de mi cuando busque tus brazos, aquellos que saben protegerme tan bien de este mundo loco.

Sin temer a ser juzgado como sumiso, te digo que tu felicidad es mi felicidad y tu bienestar el mío. Y cuando la sociedad te castigue y tus problemas te agobien, ahí voy a estar, tratando con un abrazo o una palabra traerte serenidad nuevamente.

Simplemente, porque te quiero y te entiendo, quiero agradecer que hayas despertado en mí este lado que no conocía. Está claro que soy yo el que escribe, pero ¿cuántos sabrán que vos me das letra?

No voy a decir que sos lo mejor que me pasó en la vida, es demasiado trillado, pero si voy a decir que es muy bueno saber que el destino nos cruzó y sé que vos pensás lo mismo de mi.

Ahora me voy a quedar mirando la estrellas, creyendo que tal vez, en donde estés, estás pensando en mi. Porque, como dice el título, estos son tiempos de corazón sano y no voy andar lamentando lo que siento o dejo de sentir. Lo único que me queda por decir es: no trates de ver más allá de mis acciones, porque incluso yo, a veces me sorprendo de lo que soy capaz.

sábado, 10 de abril de 2010

Mi amor secreto, mi flor de lis



Mi flor de lis, mi flor de lis
Te vi y te escondiste en mi sombra
Y a pesar de que traté de volver a encontrarte
Pasando el horizonte, nunca te volví a encontrar
Como aquella vez que el sol hizo resplandecer tus pétalos
Tus pétalos perfectos que me llenaron el corazón de alegría y magia
Y aunque siempre apuntes al norte, como la rosa de los vientos
Sabés bien, que no puedo seguirte el ritmo y que a donde vas vos yo no puedo ir.
Con el alma al aire te digo, hasta nunca.

viernes, 9 de abril de 2010

A la vuelta...


No quiero venderte nada que no quieras comprar. Lo único que te digo, con el corazón en oferta, es pensalo bien que me queda uno solo.