miércoles, 21 de abril de 2010

Bosque frondoso

Ante mi se erige una gran arboleda. De múltiples y vivos colores. Árboles vírgenes que supieron escapar de la mano del hombre, entre ellos puedo distinguir arrayanes y algún que otro ciprés. Estoy descalzo y puedo sentir el suave y húmedo suelo debajo de mí. Hundo los pies en la tierra, me gusta la sensación.

Me doy cuenta de que no sé como llegué a este lugar, solo aparecí acá. Algo me dice que corra, porque mi misión es atravesar el espeso bosque. Supongo que esto no es más que un sueño y me echo a correr. Aumento la velocidad, pero piso en falso y caigo de rodillas. Realmente me duele, esto no es producto de mi subconsciente.

Usando uno de los arrayanes como sostén me paro y limpio mis rodillas, todavía me arden. Me sueno el cuello y sigo corriendo. Cada vez más rápido, hasta que ya no logro sentir el suelo en cada paso. Salto primero un tronco y luego otro. A unos veinte metros veo un árbol caído, acelero el trote, pero mis cálculos fallan y cuando lo quiero saltar le doy con el pie en el borde. Pienso que esto me va a causar un gran dolor, pero eso no pasa. Utilizo las manos me las arreglo para caer rodando por el suelo y ahí me quedo un momento. Recupero el aliento y me paro, muy cerca de mí veo a un león enorme. Éste se me queda mirando y asiente con la cabeza, hace un gesto brusco con el morro indicándome que debo seguir.

Otra vez a la carga, empieza la marcha forzosa. El león corre a mi par. No siento miedo, la compañía no me viene mal. Por suerte el camino está más despejado, no hay obstáculos. Para sorpresa mía, puedo ver que el camino se acaba, no porque haya llegado a su fin, sino porque hay un gigantesco abismo. El rey de la selva, con gran agilidad, salta la enorme distancia. Yo me freno en seco, tengo las piernas acalambradas. Además, es imposible que salte esa longitud. El felino, que ahora está en la otra punta, observa mis movimientos, a la vez que olisquea el aire. Lo único que se me ocurre, ya que mi objetivo es llegar al final de este camino, es saltar al abismo. Igual primero voy a probar su profundidad. Agarro la primera piedra que veo y la dejo caer en el precipicio. Espero un momento. Pasan cinco minutos, más o menos, y todavía no escucho el sonido de la roca al tocar fondo.

Solamente veo dos opciones: saltar o volver sobre mis pasos y buscar otro camino. Nunca me gustó echarme hacia atrás. Así que, sin pensar mucho más al respecto, me dejo caer. La fuerza del viento no me deja tener los ojos abiertos. Sin el sentido de la vista sigo cayendo y en mi mente, empiezan a aparecer una gran variedad de imágenes. Veo a mi familia, mis amigos, mi perro, a ella. ¿Qué? Escucho sonidos –o me los imagino, no sé- Oigo con claridad la voz de mi madre, mi vecina gritando, mi tema favorito. La ligereza con la que desciendo disminuye, me hago cada vez más liviano, hasta no tener peso. Me convierto en una suerte de fantasma, en un ser etéreo.

De la nada, ahora convertido en esta cosa inmaterial, vuelvo al principio del bosque y me veo a mi mismo, justo antes de empezar el recorrido. Deduzco que esta jungla es algo así como la representación de la vida y que la manera de transitarla depende de nosotros. Lo que hagamos frente al abismo queda en cada uno ¿te animás a saltar?

No hay comentarios:

Publicar un comentario