miércoles, 28 de abril de 2010

Por llegar temprano


Día soleado, sin mucho más para hacer que matar las ansias de la espera. Había llegado temprano, para variar, así que me fui a hacer tiempo a una plaza. Me paré y di vueltas, buscando inspiración en algo, tenía ganas de escribir, pero no sabía sobre qué. Cambié de canción en el celular. Seguía buscando, hasta que las palabras empezaron a fluir.


Era un niño de no más de cinco años, estaba jugando cerca de una estatua, alrededor había algo de pasto. Su padre, parado cerca de su hijo, hacia las de guardián. El crío había reclamado ese lugar como suyo, era su mundo, su territorio virgen. Él era el rey y soberano del lugar. Jugaba, saltaba y reía en su fantasía de cristal. Tenía un triciclo, seguramente se imaginaba que era su fiel corcel, con el cual contorneaba el monumento. Descontaminaba su planeta lanzando fuera de sus dominios las imperfecciones del terreno. El papá festejaba cada acción de su hijo.


Fui espectador de éste evento por no más de cinco minutos, pero en mi mente se proyectaba a modo de película y, cómo en todo filme, la crisis se avecinaba. El padre miró la hora y le dijo al niño que era hora de partir, sin esperar su respuesta, el progenitor empezó a caminar. La desesperación y tristeza se hicieron presentes en el rostro del crío, se acercó hasta el borde de su patio de juegos y estiró las manos, pidiéndole su papá un cachito más. El niño no quería bajar o ¿no podía? ¿Cómo iba a abandonar su imperio? Las lágrimas empezaron a brotar, con cada paso que daba el padre, más solo se sentía. El padre ganó y el chico tuvo que auto-desterrarse. Con solo bajar el escalón y dar el primer paso, su fantasía de cristal estalló. Empezó a caminar hacia su padre, miró reiteradas veces la estatua, pero a medida que se alejaba la miraba cada vez menos. Finalmente, los dos juntos, se alejaron de la plaza.


Cuando la historia terminó, me sorprendí de lo ocurrido. Le saqué una foto al monumento y me fui contento sabiendo que algún día iba a escribir lo vivido. La espera había terminado y ya era hora de ir a verla. Pero antes de irme, miré por última vez hacia atrás y me pregunté: ¿yo era el padre o el hijo?

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