Golpeó insistentemente la puerta y nadie contestó. Esperó solo un momento antes de cruzar la entrada. Era una habitación completamente blanca, la cual contaba con una mesa rectangular y una silla de color negro. Se acercó a la mesa, corrió la silla y se sentó en ella.
Se perdió en el constante color blanco de las paredes. Con mil y una ideas en la cabeza, pero no tenía nada con lo que escribir, así que sus ocurrencias se desvanecían como pequeñas burbujas. Seguía hipnotizado con la pared y finalmente dijo:
“Pensaba que era bueno,
Pensaba que era importante,
Pensaba, pero ya no pienso.
Sentía que era correcto,
Sentía que me conocía,
Sentía y ahora nada.
Creía en la sociedad,
Creía en un mundo mejor
Basta, ya no creo, no más.”
Se tiró hacia atrás en la silla y ésta rechinó. Sacó el atado de cigarrillos de su saco, le dio un suave golpe para acomodar el tabaco y lo volvió a guardar. Metió la mano en el bolsillo y se puso a buscar algo, sin saber exactamente qué. Buscaba su cordura. No estaba, la había perdido, no sabía bien cuando. Pero la cuestión, era que no estaba. Se levantó de la silla, se sacó los cordones de las zapatillas y los dejó colgados sobre el respaldo de su asiento. Cerca de la puerta, echó un último vistazo a la blanca habitación. Cruzó el umbral, y el Sol lo cegó, miro a su duende y le dijo – Vamos a casa – Ya no era el mismo, estaba loco.
Cuando lo empecé a leer divague algo como la última escena de "2001 Odisea en el espacio", sobre todo por la silla y la habitación blanca
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