lunes, 19 de abril de 2010

Clorofílico amor


Sentado en un sillón, colocado estratégicamente en el centro de su sala de estar, se deleitó observándola a través del ventanal que daba al balcón. Era, sencillamente, hermosa y perfecta. Pocas cosas en la naturaleza eran comparables con su belleza. Este objeto, tan cautivador, era, ni más ni menos, que una planta. Que, como todo aquello que es amable, posee un nombre. Nombre que sólo algunos pocos conocen y siempre dicho entre susurros.


La botánica no era lo suyo, pero desde que se hizo con la semilla de esa planta, se había vuelto un erudito. Sabía todo lo necesario para su cuidado. Vivía por ella. La regaba religiosamente todos los días a la misma hora. Le maravillaba ver como las gotas de agua viajaban desde la regadera hasta golpear los pétalos de color verde esmeralda. Su fascinación alcanzaba el clímax cuando el líquido cristalino bañaba las sedosas hojas y luego descendía, como una serpentina a lo largo del tallo, hasta saciar la sedienta tierra.


Así fueron pasando los años, pero junto con ellos llegó la enfermedad y la vejez. El ahora anciano herbolario padecía de una terrible dolencia que pronto haría que su vida llegase a su fin. Recostado, agobiado y con alta temperatura, deliraba constantemente. Al costado de la cama, sobre una silla de roble, estaba su hermana menor. Un águila, que llevaba una flor de color azul en el pico, pasó volando por la ventana. Esto ayudó al moribundo guardián a recobrar algo de lucidez, que le fue necesaria para poder expresar su última voluntad. A duras penas se incorporó y le dijo a su hermana “Por favor, cuida de *****. Cuida de mi planta con amor.” Cuando terminó su petición, la vida se le escapó, como un animal en cautiverio al que le dejan la jaula abierta. La mujer, entre llantos, se despidió de su hermano.


Tres meses más tarde, el invierno daba paso a la primavera. La planta, ahora sin su antiguo cuidador, dio sus acostumbradas flores de color rojo. Pero además, dio una única flor de color dorado, la cuál creció en lo más alto del tallo. Ya hace ocho años de esto y todavía nadie puede explicar esa anomalía. Sin embargo, el dorado brote, continúa en la cima de la planta, como una diadema que exhibe orgullosa y a pesar de sufrir los azotes de los cambios de estaciones, nunca se marchita.

1 comentario:

  1. ¡Me encanto!, en cierta forma me hace recordar a la relacion del principito con la rosa.

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