-Ya no te quiero y así como me ves, me voy. Me voy para no volver nunca, no me esperes- Eso fue lo que dijo y el portazo que dio al salir hizo eco en su cabeza. Pobre Birdie se quedó muy sola y muy triste, con el corazón roto y muchas preguntas sin respuesta.
Dio vueltas por toda la casa, todo le recordaba a él. No hacía ni cinco minutos que ese hombre la había abandonado y se sentía más sola que nunca, cuanto dolor. De a momentos insultaba y de a momentos lloraba. No tenía más ganas de vivir, no podía pensar en el futuro. Nada, sólo pensamientos de rabia y soledad.
El día transcurrió de manera muy lenta, la depresión golpeaba a su puerta. No fue capaz de probar bocado de comida, tenía un nudo en el estómago. Un sentimiento, injustificado, de culpa la agobiaba – ¿Habrá sido algo que hice?- pensaba. No Birdie, no fuiste vos, el no te supo querer.
A la noche, se recostó en la cama. Ya no era lo mismo. Le faltaban los besos y caricias de su amante. No había forma de conciliar el sueño, se taladraba la cabeza sin piedad. Las lágrimas le arañaban las mejillas. Pero, finalmente, el hombre de arena la sumió en un sueño profundo.
Al otro día, cuando se levantó lo primero que notó fue el espacio deshabitado al otro lado de la cama. Aunque, más allá de sentir un gran vacío en el pecho, mostraba una gran determinación – No me vas a arruinar la vida – se dijo a si misma. ¡Oh, Birdie! ¿Qué locura estás por cometer?
Se fue de la casa con mucha prisa. Al regresar traía un galón de kerosene y una caja de fósforos. Se paseó por toda la casa y se paró frente a una caja, que estaba llena de fotos, la cual bañó en kerosene. Se fue hacia el armario y repitió la acción. Empezó a tirar, en el medio del living, recuerdos de diferentes lugares: Souvenirs de la costa, cuadros pintados a mano de San Telmo, collares, anillos y muchas cosas más. Se formó una gran montaña de cosas y no dudó en rociarlas en combustible. Se acercó a la cama, donde tantas cosas había compartido con su amante, vertió todo lo que quedaba del líquido y luego arrojó el bidón contra la pared.
Parada en la puerta contempló el resultado de sus acciones. Ella no era ninguna artista, pero, si así fuera, esa hubiera sido, sin duda, su obra maestra. Sacó un fósforo de la caja y lo raspó contra la lija del costado. La cerilla, obedeciendo a su ama, se prendió fuego –Que suerte tenés – dijo Birdie – estás a punto de generar un borrón y cuenta nueva – Sin demorar el final, arrojó el fósforo, éste giró por los aires hasta tocar una gota de kerosene. Las llamas se avanzaron en efecto dominó, abrazando todas las superficies, reclamando la casa como suya. Con los ojos, que refulgían por las llamas, gritó - ¡Hoy! Hoy empiezo de nuevo – Y junto con el fuego se consumió el pasado.
Oh birdie, el pasado no muere, nunca. A lo sumo se va al fondo, pero no muere.
ResponderEliminarSaliendo del relato ¿fantasioso?. Muy bueno como siempre.
Cuando quieras dejar lo bajón y empezar la locura pasate por el mio.
Saludos