Noche mítica, noche única; cuando el hombre se convierte en leyenda y se cuenta en susurros por temor a romperla. Tan frágil cómo quien manipula una copa del más fino cristal. Sensible como una flor recién nacida, pero todas las rosas tienen espinas. Mecanismos de defensa que se disparan para desviar, para esquivar.
Una tras otra caen las piezas, en efecto dominó. Una tras otra se vacían las botellas, se ventilan los secretos, se dice lo que no se piensa y se piensa lo que no se dice. Algo se detona y causa estragos. Palabras que se las llevan la brisa matutina y el Sol del nuevo día. En la calle me envuelvo y desaparezco, soy uno y soy todos, soy este y aquel.
Desastroso final, embarazoso comienzo. Se desata la tempestad y arremete sin piedad. Mueren neuronas y nacen cicatrices. Marcado por la vida, por el tiempo y la cultura se vuelve a empezar.
Se quiere desenchufar del sistema, cambiar la programación. Pero no es un autómata, ni un replicante. Es lo que es, es lo que hay.
Colores brillosos, colores opacos que se vuelven lúgubres y se persevera con voluntad nefasta. En la boca del huracán se abre de brazos y se deja arrastrar, hasta que se arrepiente y ya es tarde, no hay vuelta atrás.
Vuelta de tuerca de más o de menos, tornillos flojos. Obra de arte destartalada, tambaleante. Mirame y no me toqués, aplausos de fondo, sonrisas falsas y miradas aguadas. Se corre la acuarela, se desliza sobre el lienzo… ¿Cuánto más?