Otro día más que se me hizo completamente tarde. Pero, digamos que me gusta la paz y calma que brinda la noche. Un suave murmullo de los autos al pasar acompaña el hilo de mis pensamientos, que saltan de un lado a otro y rápidamente se entremezclan.
Es durante estos momentos, la noche, donde más valiente me siento. Como si mi capacidad de hacer fuera mucho más grande que mi capacidad de pensar. Parecería, por escasos momentos, que todo es alcanzable. Se me ocurren las mejores frases. Imagino, dando vueltas en mi cama, los mejores amores.
Sin embargo la noche pasa y aparece la mañana. Con el sonar de la alarma se desvanece mi valentía, mi coraje, mis planes, mi yo. Cada paso que me aleja de la cama me arrebata a tirones una parte de mi verdadero yo e incorpora las partes con las que suelo salir a la calle. Es esa…esa maldita armadura, siempre lo mismo.
Y quiero cambiar, realmente lo deseo. Pero me cuesta tanto; todo el tiempo aparece una nueva excusa. La pura verdad es que el cambio aterra y espanta, porque se le teme a lo desconocido, a eso que está por venir que es distinto a lo que se tiene en el presente. Creo que el secreto de los grandes cambios es cambiar algo insignificante. Tal vez si me quedo toda la noche sin dormir y la mañana me sorprende desvelado mi valentía no desaparezca, mi coraje se encuentre inmaculado y mis amores estén en la esquina esperando ¿Quién sabe? Yo seguramente que no.
Ahora, la frase que de alguna forma desencadenó este pequeño texto:
“Quise cambiar al mundo y nada cambió, cambié yo y cambió todo” - Anónimo
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